Razones para desconfiar de los tulipanes (1)



Quiero hablar sobre mis primeras historias. Mi mundo comenzó a destruirse mucho antes de esto, pero fue en el 2009 que descubrí el poco control que tenía sobre mis sentimientos. Me sentí morir y nunca pude recuperarme, porque perdí una pieza importante de mi alma. No sé dónde la dejé.

Antes, me gustaron un montón de personas. Me sentía tan insignificante, que incluso consideraba a alguien cuando expresaba interés por mí, aunque antes de eso no me llamara la atención. Sentía curiosidad por ser muy amada, pero más que eso, estaba impaciente por amar a alguien. Funcionó similar. Fui una amiga regular, porque era una niña reservada, y prefería mentir antes que expresar lo que sentía. Mirando hacia atrás, realmente lamento haber hecho las cosas mal a propósito. Tenía mucho miedo. Pero ya no lo tengo.

Me hace gracia el amor dramático y adolescente. Viví eso y más. Me sentí morir y me arrepentí de existir, en primer lugar. Poco a poco, y con todo el tiempo del mundo, he aprendido a querer a la Javiera del pasado. Hice todo mal, pero no hice nada malo. Solo tenía dos opciones, y no supe ser equilibrada. Quise darle todo y me quedé vacía. Creo que era adorable. Me merecía los besos que recibí, y tal vez también los que robé. 

Recuerdo que, desde la primera vez que la vi, no fui capaz de quitarle los ojos de encima. La hallaba deprimente, con esa actitud derrotada de haber descubierto algo que no querías saber. Ella, genuinamente, sabía demasiado. Me sentía incómoda a su lado, así que fue rodeada de personas que me descubrí a mí misma sin poder despegar la mirada de sus labios, cuando nos contaba sus historias de sexo sin mucho amor. Aprendí, eventualmente, que su cabello rubio siempre tenía olor a perfume y cigarros. Una de sus amigas estaba enamorada de mí. Vernos todas era una excusa para esconder sentimientos muy obvios. Fue nuestra rutina de todos los días. Y yo no tenía idea de nada.

Siempre se desabrochaba dos botones de la blusa y llevaba la corbata deshecha. Más de alguna vez me aproveché de las circunstancias, para poder rodear su cuello con mis brazos y mirarla de cerca, mientras fingía ayudarla a armarse. Y ella me agradecía, diciéndome que no tenía sentido. Recuerdo que doblaba las mangas de su blusa con frecuencia. Yo acabé por hacer lo mismo, porque se veía bonito. Ella tenía muchas cicatrices en los brazos, pero mi prudencia me impidió ser la primera en preguntar. De alguna manera, me hice una idea sobre ella y descubrí que era un ser humano muy humano. Desconfié de su sinceridad. Pasó el tiempo y alguna vez nos mostró las cartas que escribía. Tenía una letra femenina y delicada, que quise para mí. O quizás lo que deseaba eran esas palabras. Su temple me parecía contradictorio, y poco a poco me imaginé que guardaba un secreto más grande que todas sus verdades aparentes. Y la curiosidad me comenzó a doler. 

El último día descubrí muchas cicatrices en sus piernas. La miré con desconfianza y me reveló muchas historias de algo similar al amor, pero mucho más oscuro. Y yo no tenía idea de nada. Sentí tristeza y algo muy violeta floreciendo, dentro de mí. Entonces dijo algo que yo no debí entender, pero le sonreí y por primera vez la saqué de su balance. Avergonzada, respondió que pensaba que yo era más inocente. Aunque lo escondí bien, como si mi vida dependiera de ello, después de un año, sin ninguna duda, me di cuenta.

Así fue la primera vez que deseé besarla.


Comentarios