Mitades de luna

Me pregunté si amaban, los leones, a las criaturas que cazaban.

Hubiera deseado prometer que intentaría todo, al menos una vez. El día en que la idea de ser yo fue concebida, muchas verdades fueron olvidadas, y la valentía quedó relegada a un segundo nombre. Como todo lo que soy a veces, y todo lo que no sé ser siempre, me sacude y me desarma. Es un sonido familiar, pero indescifrable. Un recordatorio sutil de mi prudencia. Y de todas esas cosas evidentes.

Dream Maker es del Memorial. Me he perdido de mucho y he tardado años en reconocerlo. Al final, sin embargo, no hemos abandonado las esperanzas: me he encontrado muchas veces.

Los leones no tienen tiempo de pensar en algo como eso.

Julio siempre me trae recuerdos complicados. Por casualidad -o por gracia divina- se arruinaba un poco el universo en esta fecha, ya que solía tomar decisiones importantes entre ayer y antes de ayer. Algo así. De eso quisiera hablar, pero me he hecho la desentendida por mucho tiempo y ya casi no parece parte de la progresión natural de las cosas. Sin embargo, estar forzando el odio no parece un pecado tan difícil de pagar, si lo comparo con forzar al perdón, recurriendo al olvido. Algo en mi memoria se resiente cada vez y reconozco mi desacierto. Los recuerdos no merecen ese sabor.

Le he enseñado muy mal a -mi satélite favorito- a ser amado incondicionalmente. Una y otra vez. Algunos somos otra clase de meteoros e, incluso, podríamos ser algo más elemental. Quién sabe, a veces juego a adivinarlo y a veces terminamos por creerlo. Hoy quisiera dejar constancia de mi resignación y apagar algunas estrellas. Pienso que existe cierta belleza en arder ingrávidos en el firmamento, como último deseo concedido y, por ello, le otorgo una última certeza primordial. Lo ofrezco como una disculpa, por haber cometido tantos errores.

Quisiera haber escrito más sobre nuestro amor, en el pasado. A la vez, me alegra no haberlo hecho. Poseo recuerdos increíblemente vagos respecto a cómo se sentía sostener tus manos. O morderlas. Ahora, me he quedado vacía de cosas neutrales y cotidianas, y es por ello que alguna vez logré extrañarte.

Tengo un buen recuerdo, sin embargo, oculto entre muchas cosas olvidadas, que ha sido la razón por la que me he negado pasivamente a dejarte ir. Hay miles de detalles que delatan a nuestros corazones y no me molesta dejarlos ir; lo único relevante y verdadero sobre tu amor ha sido el brillo de tus ojos en esa ocasión, cuando espontáneamente me acerqué a tu rostro lo suficiente para que la punta de mi nariz rozara la tuya, y dije bajito algo que no tenía nada que ver. Pensé, entonces, que habías sonreído porque te parecía infinitamente divertida, y te sonreí de vuelta. Entonces es que cayeron sobre nosotros las gotas de azúcar invertido y entendí todo. Esa mirada fue la única verdad evidente que supe interpretar, alguna vez, de ti.

¿Cómo vas a dejar de gustarme, si sigues siendo como eres? Algo así. Muy así, claramente. Fue hasta doloroso, y consideré arrepentirme de mi amor dividido y entregarte algo genuino. Fue lo más cercano que he experimentado a un beso de despedida. La luz en su punto más alto, seguido del único ocaso que sabríamos conocer. Por amor al amor y por amor a querer amarte, fue mi razón para alejarme y al mismo tiempo para desearte de regreso. Estabas feliz y yo era Javiera, siendo Javiera. No conseguí nada, porque jamás intenté algo.

Intenté proyectar mis carencias en discusiones ajenas a ti. No ha sido intencional y pensaría que le debo una disculpa a varios universos... pero no me nace. Al final, todo se ha reducido a cenizas.

Eres el león más extraño de todos.

Me sentí mal por mi extrema precaución y hubiera deseado cederte un poco más de mí, ¿qué vas a recordar ahora? Sin embargo, no eres merecedor de mis estrellas, y estoy feliz de haberlo descubierto. Me cuesta creer que lloré frente a ti y jamás entendiste qué era lo que me dolía tanto, porque mis explicaciones pretenciosas parecían más relevantes que abandonar el orgullo. Pocas veces me he sentido tan difícil de comprender y te lo concedo, porque mereces dudar de todo lo que parece que soy. Mi deseo egoísta de gustarte ha sido cumplido y es tiempo de dejarlo ir. Y de pedir otro.

No tengo intenciones de verte feliz, pero no te queda bien tanta miseria. Desearía que miraras al cielo con mis ojos, algunas veces, y pudieras conocer lo que ha sido verte sin resistirte.

Me costó un mundo escribir todo esto, pero creo que me siento mejor. No logro arrepentirme por mis decisiones tomadas bajo la luna en su punto más alto, y eso me hace infinitamente feliz. A veces. No lo he hecho todo mal.

Verdaderamente, no creo que los leones tengan tiempo de pensar en algo como eso.

Revolucionarios, asombrosos, ¿recuerdas cómo termina?


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